14 enero 2009

El Cuadernito XIII

El maestro Renato Rivera-Reyes caminaba equilibrando una pila de libros por el pasillo 8-C de la biblioteca. Su equilibrio se adivinaba malo y su aspecto era el de una palmera azotada por un ventarrón.

-Un poco más a la derecha -pensaba- ahora, otro poco hacia la izquierda.

La palmera, al fin, fue derribada inexorablemente al final de la tercer estantería, justo en el cruce de las biografías con los almanaques de viaje. Derribada, no por el viento, por cierto, sino por el rodar constante del carrito empujado por la bibliotecaria. la pila de libros se desmoronó y los volúmenes se regaron por el suelo como dátiles.

-¡Qué barbaridad! -exclamó muy mortificada la bibliotecaria- Permítame ayudarlo.

-¡Oh! No se moleste -respondió el Maestro Rivera-Reyes- la culpa ha sido mía. No es sensato llevar tantos libros al mismo tiempo. Sobre todo, ya sabe, teniendo en cuenta mis pocos reflejos, ji, ji.

La bibliotecaria pareció no comprender y se arrodilló para ayudar al viejo a recoger los libros. Hizo esto por cortesía, cierto, pero, sobre todo, porque no soportaba verlos regados por la duela. De pronto, sus ojos se detuvieron en un volumen que yacía abierto boca abajo. Era este un libro rara vez consultado. La bibliotecaría lo conocía bien -Las Sonatas para Bandoleón de Francisco Tárrego -recitó con ensoñación mientras cerraba y recogía el libro.

-¿Le gusta la música de Francisco Tárrego a usted? -preguntó la bibliotecaria sin levantar la vista del libro.

-¡Oh! por supuesto, es uno de mis compositores favoritos -mintió el maestro Rivera-Reyes- aunque, sin duda, me gustan más sus piezas para banjo.

-¡Esas son mis favoritas! -respondió la, aún, joven bibliotecaria levantando la vista.

-Lo sé -pensó para sus adentros el maestro Rivera-Reyes, pero, en lugar de eso, respondió:

-¿Ah, sí? ¡No me lo diga!

-Es cierto -asintió, con alguna timidez, la bibliotecaria.

Era la bibliotecaria, una persona acostumbrada a vivir entre libros y, de alguna manera, a vivir a través de los libros. Tal vez por esta razón, jamás pasó por su mente que este incidente ridículamente novelesco podría estar planeado de antemano.

-Renato Rivera-Reyes para servirle. -sonrió el maestro mientras le tendía la mano- Mi oficio es la música.

-Mi nombre es Gloria -respondió la bibliotecaria tomando tímidamente la mano del maestro- Gloria Clemencia Aldaiturriaga.

-Lo sé -pensó para sus adentros el maestro Rivera-Reyes.

1 comentario:

Diablos dijo...

¿Desde cuándo empezaste con tus cuadernitos? ¿Desde cuándo escribes historias que compartes? ¿Qué se siente subir los peldaños de la escalera que lleva al cielo?