22 mayo 2008

Morelia


Aunque no lo recuerdo, estoy seguro que el primer lugar al que viajé en mi vida fue a Morelia. Lo sé porque, desde que tengo uso de razón, íbamos cada tres o cuatro meses, mi madre, mi abuela, mi hermano y yo, a peregrinar por la capital michoacana. Llegábamos en la mañana, reconocíamos la ciudad, viajábamos de ahí a Pátzcuaro y, si nos daba tiempo, visitábamos también Uruapan. Regresábamos después de unos días con las caras sonrientes y unos kilos de más.

No nací en Morelia. Vamos, ni siquiera mi madre nació en Morelia. Mi abuelo materno sí, y mi abuela materna nació y se crió en Pátzcuaro. Entonces, ¿a qué íbamos a Morelia? Podría decirse que a alimentar la nostalgia de mi abuela por el terruño, “La cabra tira pa’l monte”, dicen algunos. Pero, entonces, ¿porqué, aún después de la muerte de mis abuelos, seguimos yendo?

Para mi familia, Morelia es un símbolo inconsciente del hogar original. Repetimos el ritual de volver para encontrarnos con nuestros orígenes. Por eso sentimos la ciudad como nuestra, por eso volvemos de vez en vez.

Recuerdo una plática infantil en la escuela primaria “Lisandro Calderón”. Varios niños, yo entre ellos, hablábamos de nuestros respectivos lugares de nacimiento. Por supuesto, casi todos los niños habían nacido, como yo, en la ciudad de México, excepción hecha de una niña que había nacido en San Luis Potosí. Aún recuerdo que, cuando me preguntaron dónde había nacido, yo, casi sin dudarlo e intoxicado por la mentira, respondí orgulloso: “Yo, en Morelia”.

Morelia es, para mí, como uno de esos familiares a los que ve uno de vez en cuando. Los reconoce, los interroga, revisa que todo siga en orden con ellos, los besa de despedida y se va con la promesa de volver algún día.

Las cosas ocurren de maneras extrañas. Ahora, uno de mis más queridos amigos se ha ido a vivir a Morelia. Empacó toda su vida en cajas, las subió a un camión y dejó este valle de baches y tráfico que es la ciudad de México. No me sorprendí cuando me dijo lo que iba a hacer, sé demasiado bien que Morelia seduce a cualquiera.

Una razón más para ir, reconocer, interrogar, revisar que todo siga en orden y, después, un abrazo de despedida con la promesa de volver. Digo, yo a Pato lo quiero mucho, pero no tanto como para besarlo.

Adriano.
PD: Saludos manito.

3 comentarios:

El Frikis dijo...

¿A poco el Pato se" juyó" para Morelia? ¿eso es lo que debemos entender don Adriano? ¿es otra de esas huidas para delante de las cuales la mudanza a Oaxaca hace ya algunos ayeres fue antecedente?
Pues que le vaya de lo mejor al mencionado palmípedo con alma de gitano, donde quiera que se vaya a estacionar...

Adrián Pérez Acosta dijo...

Frik: Así fue, Pato se retiró a michoacanas tierras y nos dejó encargada su porción de smog. sniff.

Silvana dijo...

jajaja tssss
con que Morelia eh?
Pos si Pátzcuaro es súper bonito
y Uruapan también.
Cruzar los pueblitos es la neta.
y Morelia arghhhh!
que envidia da ese Betteo.

besillos!